Hoy es un día cálido. Bastante, más de lo que suelen gustarme. Es como uno de esos días tropicales en los que el cielo se ve nublado, pero el sol se asoma solo un poco para recordar que existe y que puede ser amable.
Las personas suelen ser como los días, tienen un tipo de clima y cada clima tiene sus temporadas, dependiendo de la inclinación de la tierra y, ¿por qué no? el calentamiento global, también.
En el transcurso de mi vida, he aprendido que las personas tienen dos lados. Digamos que el bueno y el malo, ambos entrelazados y, por lo tanto, simplemente son. Esto es lo que hace a una persona, a mi juicio, "completa". Su unidad.
Y, cometiendo errores de juicio, he aprendido, con dolor incluso, que siempre se debe escuchar la versión completa de una historia. A mi experiencia, son tres los puntos de vista que se deben tomar en cuenta: las partes involucradas y un tercero que sea completamente imparcial y objetivo.
Partiendo de esta premisa, comienzo un escrito, a modo dedicatoria y me apetece incluso promesa, sobre ciertos sucesos que ocurrieron en el mes cuatro de un año donde aprendí el valor de la ausencia y la presencia.
Si bien es cierto que "no se valora lo que se tiene, hasta que se pierde"; debo aclarar que escarmentar en cabeza ajena no me es propio y que, en ocasiones, la impulsividad toma posesión de mi poca cordura y atraviesa las llanuras de "nunca jamás" sin evaluar los riesgos que esto conlleva.
Dentro de estos riesgos, descubrí y muy a mi pesar, el valor de una persona, la calidad de su tiempo, su energía, su atención, su calidez, su aroma... Y sí, sus cosas negativas, también. No todo es completamente frío ni completamente cálido. Debe haber un equilibrio.
Fueron cinco citas, si es que mi memoria no me falla, tal vez más, tal vez menos; las que costaron para conquistar, perder, insistir y, llegar a lo que hoy es. Perseverancia, le llama. Para mí, necedad. Pero, aunque dolió esa mañana en el bosque, volvería a repetirlo... Sin dudar.
Debo decir, que es una persona que me motiva a sacar lo mejor de mí; y claro que eso duele. Se me antoja como las heridas purulentas no atendidas, que para curarse, primero deben drenarse, desinfectarse y suturar, para que puedan cicatrizar y sanar. Luego, solo serán un recuerdo del cuál platicar en una cena de seis, o más personas.
Ya son casi siete meses, y aún sigo conociendo, lo que yo considero la otra parte de su ser. Cosas buenas, cosas malas... En general, cosas. Pero debo resaltar, que lo que más me gusta verle hacer, es sonreir. Tiene cierto brillo en sus ojos que hace que todo valga la pena. No sé si ya lo sepa, pero me encanta contemplarle... A veces sé que lo nota, otras no lo hace. Pero cuando se da cuenta, finge que no me ha visto viéndole y continua haciendo lo que sea que haga, para que siga contemplándole. Eso también, es amor.
Hay tres meses que serán importantes para mí el resto de mi vida. El dos, el ocho y el once. Cada uno, porque tiene una historia. Nacimiento, encuentro y el inicio de algo que considero, de lo más bonito que me ha sucedido, hasta el dìa de hoy. A lo cuál, le estoy infinitamente agradecida, y, hay veces que ya no sé como demostrarle tanta gratitud. Este escrito, es parte de ello. Lo adoro.
El número nueve siempre lo he considerado de la suerte. Con ese número, gané una rifa para llevarle serenata a mi madre. Tristemente, la única que le han llevado, pero ver su carita de felicidad, es algo que nunca olvidaré. Por lo tanto, a la persona que más he amado, y es triste reconocerlo, pero que he amado más que a mí, la asocio con este número. Es la persona que escogí para el resto de mi vida, lo que sea que venga, lo que sea que dure, lo que sea que quiera. Es, y será, mi familia.
Me ha enseñado tanto, que estoy aprendiendo el valor del amor propio, duele mucho, y claro que me advirtió que iba a doler... Pero, en verdad, le estoy infinitamente agradecida.
Bienvenido, a esta nueva parte de mi vida.
Para CMC, con amor IL...